La ley evangélica, perfección de la ley natural
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Fecha
2018
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Editor
Universidad Católica de Trujillo Benedicto XVI
Resumen
Dios llama al hombre a ser lo que es, a realizarse en cuanto persona humana. Por
ello podemos considerar que al crear Dios al hombre, y dotarle de un modo de ser, de una
naturaleza propia, le está llamando a través de ella a realizarse según ella. Podemos decir que
Dios llama al hombre desde la leymoral natural, en la cual lee su misma conciencia, de modo
espontaneo y natural. La idea y objetivo medular de este trabajo es demostrar la existencia
y, simultáneamente, la insuficiencia de la ley natural para llevar al hombre a su plenitud de
vida en el amor; ley natural que no es patrimonio exclusivo de cierto grupo humano, sino
que por el contrario se constituye norma universal para todo el género humano creado por
Dios.
Como ya de alguna manera se vislumbra, el itinerario del trabajo es concebir la ley
natural como las exigencias imperativas derivadas de la naturaleza humana. Nos es por tanto
necesario establecer el concepto de naturaleza humana, como norma del bien; se busca en
esa misma naturaleza el fundamento y la fuente de la ley moral. Dios es autor de la ley
natural, pues la ha promulgado por el mismo hecho de haber creado la naturaleza humana
con sus cualidades y tendencias, y con las obligaciones que de ella dimanan, y por el hecho
de haber dado al hombre la capacidad de conocerla. Y una muestra clara de ello es el planteamiento que hacemos de los diez mandamientos como una manifestación de la ley
natural, Dios lo ha querido así.
El contenido de la ley natural, que la razón puede alcanzar, ha sido revelado en el
Decálogo. De este modo el creyente conoce su contenido también mediante un elemento
externo o escrito, no ya por sola tradición de los hombres, sino otorgado por la misma
sabiduría de Dios. El Decálogo contiene la totalidad de los preceptos deja ley natural.
En un segundo momento del trabajo, desarrollamos la ley evangélica, entendida,
como una ley que no se limita sólo a mandar lo que debemos hacer, sino que da la luz para
conocerlo y fuerza para cumplirlo; no se limita a indicamos lo que hemos de hacer y a
exhortarnos a llevarlo a cabo. Figuradamente hablando es como si la ley natural fuese un
hombre con una linterna entre manos en medio de la oscuridad, intentando ampliar su
panorama de visión; cometido que no lo logrará completamente sin esa ley que concede
plenitud y claridad, ley que disipa la oscuridad para introducir aquello que perfecciona toda
ley: el amor, ley de Cristo, ley del Espíritu Santo, ley de vida interior, ley evangélica.
Por consiguiente, se afirma que el hombre puede conocer la ley con las simples
fuerzas de la razón natural, lo que no puede hacer es cumplirla. La ley natural por si sola es
tan incapaz de justificar al hombre como la ley del Antiguo Testamento. Quien vive los
primeros principios, los más elementales de la ley natural, está mejor dispuesto y capacitado
para amar a Dios. Aun cuando el cumplimiento de las normas morales suponga esfuerzo,
aquel que ama a Dios las observa con gusto. Y esto no es sino una consecuencia de la ley
evangélica. ¿Puede hablarse de ley a propósito de la nueva vida en Cristo? ¿No equivale esto a
insinuar que el aspecto legalista, tan característico de la antigua ley, superada, continúa
prevaleciendo en la nueva? Semejante objeción solo tiene alcance si únicamente se ve la ley
en su aspecto externo; en cambio, si se toma la ley en sentido propio, aunque analógico, de
ordenación, de orientación del obrar humano hacia un bien, es indiscutible que la nueva ley
en Cristo puede llamarse ley en cuanto tal, que orienta al hombre hacia su destino
sobrenatural por una transformación profunda de la naturaleza humana.
Esta ley, tiene como finalidad hacer al hombre participe de la naturaleza divina en
Cristo y, por ende, de la ley nueva evangélica, es la salud eterna, la justificación del hombre
en Dios. Esta justificación tiene como principal característica, la renovación interior del
hombre cuyo efecto es hacerlo participe de la naturaleza divina y, consiguientemente hijo
adoptivo de Dios, a la vez abrirlo a una perspectiva de expansión.
Colocaremos asimismo en el centro mismo de la ley nueva a lo que se le ha llamado
la carta magna del reino de Dios, por ende, del cristiano: el sermón de la montaña que, implica
un profundizar en el sentido de la interioridad, en el nivel del corazón. Lo esencial reside en
la bondad del corazón y la calidad de la intención, es una moral totalmente interior opuesta a
la moral exterior de la ley. Se trata pues de un destino que trasciende radicalmente las
posibilidades y exigencias de la naturaleza humana, por elevarla a un nivel propiamente
divino Así la ley natural expresa las tendencias y exigencias de la naturaleza humana
racional. La nueva ley, divina, no es otra cosa que el dinamismo divino que hace al hombre
capaz de alcanzar la filiación divina. Ahora bien, este dinamismo introducido por Dios en la
humanidad, no es otra cosa que la gracia del espíritu Santo que actúa en el hombre para
transformarlo.
En un tercer y último capítulo desarrollaremos el punto convergente de los dos
anteriores. Perfección de la ley natural y universalidad de la ley evangélica, pasando por un
parangón hecha entre el sermón de la montaña y los diez mandamientos.
Antes la ley se presentaba como un cumulo de prohibiciones, como una pesada carga
difícil de soportar, en cambio cuando la ley se corona con el mandamiento nuevo se
experimenta la verdad de las palabras de San Agustín: ama y haz lo que quieras, el amor
lleva a cumplir gozosamente los simples deseos del amado y no solo sus mandatos. La
persona de Jesucristo es la norma, la ley del cristiano.
La plena valorización de la ley natural presupone el nuevo plan de gracia, en el que
se otorga a los creyentes “comprender” y cumplir el inexorable mandamiento. La ley del
cristiano, ya no está solamente en el Decálogo como si todo siguiese igual que antes de la
venida de Jesucristo.
Se trata pues, sin duda de una ley de fe y de conocimiento sobrenatural. Esta ley es,
pues, una ley de amor (Rm 13,10). Debido a este carácter, la gracia, sinónimo de la nueva
ley, se confunde con la caridad. Trataremos de establecer la existencia de esta ley natural, luego su eficacia propia en
el orden cristiano de la gracia, entendida como la participación en la naturaleza racional del
hombre, de la ley eterna y la fuente de los derechos de la persona humana.
Aunque la afirmación ley evangélica, perfección de la ley natural, ha sido por mucho
tiempo objeto de críticas para nada constructivas para la Iglesia y, además hoy este mismo
tema ha caído en el olvido por parte de los que formamos la Iglesia, guardiana de los derechos
morales naturales, nos sentimos motivados a revitalizar esta realidad tan cierta, que no puede
pasar por desapercibida, no, tomando por separado a la ley natural sino identificarla, más
aun, completarla con aquello que planifica y dignifica a esta ley innata en el hombre que es
la ley evangélica.
Descripción
Palabras clave
Ley evangélica